NOSOTROS, LOS MEJORES



El Presidente Piñera recorre Europa invitando al mundo a hacer las cosas al estilo chileno. "Do it the chilean way", es el slogan. En Chile, sin embargo, hay niños en cuya educación se gasta 500 mil pesos mensuales, mientras que en otros apenas se invierten poco más de 40 mil. Luego esta sociedad de la libre competencia los pone a todos en una pista de carrera y en función de cuánto rindan, qué puntaje tengan, qué capacidades muestren, les entrega mejores o peores lugares sociales. Las familias que ganan son las que más gastan, y sienten que sus hijos son los mejores, pero lo cierto es que esto es todo menos una competencia justa. Juan Andrés Guzmán co-fundador de Juegos de Mate, habla aquí de la responsabilidad que tienen las elites en esta parodia de competencia que debiera avergonzarnos a todos.


Por Juan Andrés Guzmán

A veces me da pena Lavín, lo digo en buena. Porque yo gasto, no sé, 250 mil pesos mensuales en el colegio de mi hija, y eso es sólo para que cruce la puerta del establecimiento. Después, en la tarde del lunes, va a un taller de música, el martes a uno de pintura y dos veces a la semana practica deporte. Y la abuela viene los jueves a estudiar con ella inglés. Por las noches trato de llegar temprano para que leamos o conversemos de lo que ha aprendido en el colegio. Siempre revisamos los cuadernos, estamos pendientes de hablar con ella de temas de actualidad que le expliquen el mundo, que la hagan preguntarse cosas; que sepa que tiene mucha suerte y que tiene que esforzarse.

Por supuesto me siento orgullosísimo de sus logros, de lo que escribe, de lo que piensa cuando lee algo o cómo se esfuerza en el deporte y en la música. Y siento lo que muchos padres: que le estoy dando lo que se necesita para que pueda decidir con más libertad lo que quiere, para que sea una persona abierta, curiosa y bueno, también preparada, porque va a tener que competir, qué pena decirlo, pero es así, va a tener que estar bien preparada para competir.

Por supuesto no se trata solo de plata, aunque un buen economista podría meter toda nuestra vida en una juguera y monetarizar cada libro comprado, cada minuto dedicado al repaso, cada vuelta a la pista de atletismo y cada corrección de la pronunciación hecha con la abuela y decir que en esta niña se invierte, no sé ¿400 mil pesos?

Pero entonces veo, al pasar, un estudio del PNUD que entre otras cosas dice que miles de familias chilenas gastan solo 10 mil pesos en la educación de sus hijos. Y me quedo pensando en los niños de los colegios rojos y más que rojos, negros. No puedo explicar bien aquí toda la desesperación que me provocan los niños educados a 10 mil pesos mensuales. Sé para donde van esos destinos. No es necesario ser pitoniso. Por el contrario, es necesario ser muy canalla para no admitir que sabemos hacia donde están siendo empujados. Hacia la pobreza, la ignorancia. Hacia el mundo retratado por otro estudio -de la Universidad de Chile, en 2001- que decía que el 50 por ciento de nuestra fuerza laboral no es capaz de entender las instrucciones de un frasco de remedio. Empujados hacia los bajos sueldos que luego se explican a través de la baja capacitación de la fuerza de trabajo, baja capacitación que se definió desde los 3 años de vida, cuando unos pudieron ir a un jardín y otros no.

Estos niños están siendo condenados a ser parte de la fuerza laboral que gana menos de lo que yo gasto en educar a mi hija y se desloman por ese salario y ni siquiera pueden plantearse llegar temprano a casa para leerle a sus hijos. Ninguno de los placeres ni las opciones que ofrece la cultura se alcanza tartamudeando en la lectura o sin saber las operaciones básicas. Pero quién puede preocuparse de la cultura cuando dependes de un patrón al que se le ocurren cosas como abrir el negocio tres días seguidos, sin parar.

Entonces cada acto de preocupación hacia mi hija termina teniendo un lado amargo. Y es este: en algún momento, en esta sociedad de la libre competencia, los jóvenes de a 10 mil al mes serán puestos en una pista junto a los de 250 mil y los de 500 mil al mes. Y yo haré barra por mi hija como debe hacer todo padre. Y en función de cuánto rindan, qué puntaje tengan, qué capacidades muestren, ocuparán lugares en la sociedad. Pero eso es todo menos una competencia justa. Es una trampa, una vergüenza.

Por supuesto, no es novedad lo que expreso aquí. Nosotros, los profesionales de hoy, los que pasamos el colegio con Pinochet y la universidad con la Concertación, somos tal vez la primera generación que usufructuó de ese tipo de “competencia”. Por ello, aunque mis padres eran pobres de los 60 y pudieron estudiar en la universidad, yo en muy contadas ocasiones me he encontrado con colegas que hayan tenido una infancia pobre, que hayan jugado a la pelota en las calles de La Pintana, Pedro Aguirre Cerda, Lo Espejo y que a través de la educación hayan alcanzado un nivel mejor que el de sus padres. ¿Dónde están ellos? Mi generación, me refiero a los profesionales de 40, suele creer en la competencia, pero no asume que le despejaron el camino: no se da cuenta de lo privilegiada que ha sido. Como esos juegos de computador que tienen claves para armar mejor al héroe o saltarse las etapas difíciles u obtener más vidas de las que especifican las reglas, nosotros hemos tenido claves para avanzar mejor en el juego de la vida laboral. El gran mérito para lograrlo fue tener la capacidad de nacer en la familia correcta. Y después de usar todos los trucos posibles –saber inglés cuando en los municipales ni el profe lo sabe, conocer a tal persona porque fuimos al mismo estadio, poder resolver ciertos problemas matemáticos porque nuestro profesor explicaba bien-, después de todo eso, solemos decir que somos buenos en el juego, que estamos altamente capacitados, que llegamos primeros a la meta, limpiamente.

Tengo una amiga muy inteligente, muy capaz y destacada que está haciendo un magister afuera en una universidad de alta exigencia. Y ha sufrido como jamás en una universidad chilena. Afuera, al menos en algunas zonas de Europa y Asia, no le despejan el camino a las clases medias y a las élites haciendo que los hijos de pobres permanezcan en la más indigna ignorancia en sus colegios rojos.

Da pavor el mundo desigual e injusto que les dejamos a nuestros hijos. Y yo, que no he hecho mucho por cambiar eso, me imagino entonces cómo se debe sentir Lavín, que desde el ministerio está a cargo de esta realidad. Y también Piñera; y para que no crean que esta es una crítica política, lo que debe sentir toda persona de derecha o de la Concertación que tiene a sus hijos en los colegios donde se educa la elite. A ellos, mis gastos pueden parecerles una superchería. Y me imagino lo duro que es saber que tu hijo está ahí y que saldrá directamente a un puesto de poder, a trabajar en la gerencia de la empresa de su padre o de su amigo de curso, -porque esos colegios brindan más que excelencia académica, redes de contactos futuros-. Debe ser difícil dormir pensando en que tu hijo tiene todas las claves a disposición y que tendrá una buena vida independientemente de si se esfuerza o es un patán.

Imagino la culpa que debe sentir entonces Lavín de solo limitarse a señalar que los colegios son rojos, él, que sabe por su experiencia y por la de sus prolíficos amigos, todo lo que hay que gastar en una buena educación. La culpa que debe sentir al ver la subvención de 40 mil pesos por alumno y tener que exigir que con esa porquería de recursos los hijos de los pobres lleguen al nivel de sus hijos. Una vocecita muy honda tiene que estarle diciendo “Joaco, tu sabes que no es así”. Y tiene que volver a su casa y ver a sus hijos o los niños que viven en el barrio y preguntarse qué habría sido de ellos si no hubieran sabido nacer allí. Debe ser terrible creer honestamente en la competencia y ver que la que te toca organizar, esa competencia que es tan clave en la vida de cada uno, resulta una grotesca parodia, una carrera abusiva donde unos se deslizan y otros deben saltar mil obstáculos y ni siquiera ya se presentan a la carrera. Pobre.


*Columna inspirada en las reflexiones sobre educación del abogado Fernando Atria.

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Lo que viene a continuación son los pasos de un ejercicio que puede servir a los padres para trabajar la escritura con sus hijos, por ejemplo los fines de semana. La idea fue extraída del libro "Cada niño un lector", de Stanley Swartz. Swartz es profesor de Educación de la Universidad Estatal de California, y Director de la Fundación para el Aprendizaje Comprensivo de la Lecto-escritura. A comienzos de septiembre, Swartz presentó en Chile "Cada niño un lector".



1.- CREE UN AMBIENTE GRATO. QUE LOS NIÑOS Y NIÑAS NO ASOCIEN ESTE EJERCICIO CON ALGO OBLIGATORIO O CON LAS TAREAS DEL COLEGIO: "Para comenzar, realice una actividad grupal, que puede ser la lectura de un cuento o la discusión acerca de una experiencia compartida. De esta forma los niños tendrán algo de qué hablar, opinar y sobre lo cual podrán escribir".


2.- ANTES DE QUE EL NIÑO O NIÑA ESCRIBA, CONVERSE CON ELLOS, ESCUCHE SUS OPINIONES Y DEBATA, PARA QUE PUEDAN EXPONER SUS PUNTOS Y DISCUTIR CON ARGUMENTOS: "El lenguaje oral que se emplee durante la discusión será una buena fuente para la escritura. Dígale a los niños que las opiniones que expresaron deben ser escritas. Después de que el niño o niña ha elegido las ideas que quiere escribir, puede comenzar con la escritura".


3.- AYÚDELOS CON LAS PALABRAS Y LA ORTOGRAFÍA. SWARTZ ENTREGA DOS BUENAS IDEAS PARA APOYAR A LOS NIÑOS CON LAS PALABRAS DIFÍCILES. "Estire las palabras, pida a los niños que digan las palabras lentamente para que puedan escuchar los sonidos de las letras. Use analogías, pida a los niños que piensen en cómo escribir una palabra utilizando otra que ellos ya se sepan".


4.- HÁGALES NOTAR A LOS NIÑOS QUE HAY PALABRAS QUE SE USAN CON MUCHA FRECUENCIA: "Diga a los niños que algunas palabras se usan con tal frecuencia que necesitamos memorizarlas y tenerlas en nuestra cabeza. Para esto, utilice ejemplos del texto que está escribiendo. También incentívelo a no repetir palabras que ya ha usado en una misma frase u oración, enséñele sinónimos".


5.- EL PREMIO FINAL: LA LECTURA EN VOZ ALTA Y LAS FELICITACIONES: "Luego de que el niño o niña haya terminado de escribir, haga que lea su texto en voz alta. Intente que ellos mismos se den cuenta de si han cometido errores (como olvidar escribir letras o escribir algunas demás). Comente con ellos las equivocaciones y corríjales,sin olvidar felicitarlos por el esfuerzo, pese a su resultado".

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Martha C. Nussbaum, profesora de Leyes y Ética de la Universidad de Chicago, enciende una alarma en el sistema educativo norteamericano que bien se puede aplicar al chileno. Piensa que la educación centrada en la producción y en el rendimiento económico, una educación que prescinde de la historia, del arte, de la filosofía, orada la democracia. Sostiene que un sistema democrático necesita ciudadanos críticos, que cuestionen a la autoridad, que se atrevan a pensar por sí mismos. Para tener esa actitud se necesita una cultura humanista que no se está entregando en la educación actual. Es posible que hoy eso también ocurra en Chile. Esta columna fue publicada en The Washington Post el 13 de agosto pasado. Si quiere ver el artículo original haga



Por Martha C. Nussbaum

¿Hacia dónde se dirige la educación en nuestro país? La pregunta no es simple. La democracia se erige o decae con la gente y sus hábitos mentales y la educación produce esos hábitos mentales. Sin embargo, estamos viendo cambios radicales en los contenidos pedagógicos y curriculares, y estos cambios no han sido bien pensados.

El entusiasmo por el crecimiento económico en nuestro país ha provocado que la educación empiece a pensarse en términos prácticos muy cortoplacistas. Estamos educando para desarrollar habilidades económicas de manera rápida más que enseñando un complejo conjunto de materias humanistas. Esto producirá que en el futuro la democracia no sea más que una carrera perdida, sólo otra palabra.


La gente tiene una alarmante falta de capacidad de contradecir a la autoridad y de ponerle presión. La democracia no puede sobrevivir si no ponemos fin a estas tendencias a la autocensura. Debemos cultivar hábitos inquisidores o pensamiento crítico.


Cómo Sócrates supo hace mucho tiempo, cualquier democracia es un "noble pero lento caballo". Necesita muchos pensadores para mantenerse despierta. Esto significa que los ciudadanos necesitan cultivar las habilidades por las cuales Sócrates perdió su vida: la habilidad de criticar las tradiciones y a la autoridad, manteniendo bajo examen tanto a una como a la otra, sin aceptar los discursos de nadie sino argumentan sus razones. En esta época investigaciones sicológicas confirman el diagnóstico de Sócrates: la gente tiene una alarmante falta de capacidad de contradecir a la autoridad y de ponerle presión. La democracia no puede sobrevivir si no ponemos fin a estas tendencias a la autocensura. Debemos cultivar hábitos inquisidores o pensamiento crítico.

Pero no basta con eso, los ciudadanos también necesitan tener conocimiento histórico, los conocimientos más básicos de las religiones más populares y cómo funciona la economía global. Este aprendizaje histórico necesita tener un elemento socrático: los estudiantes necesitan aprender a evaluar evidencia, necesitan saber pensar por sí mismos.


Los estudiantes necesitan aprender a evaluar evidencia, necesitan
saber pensar por sí mismos.


Finalmente los estudiantes deben ser capaces de imaginarse como se ve el mundo para alguien completamente diferente a ellos mismos. Eso puede sonar muy amplio, pero es lo que impera en nuestro sistema de justicia, el que empuja a los jueces o jurados a imaginar qué haría, pensaría o sentiría una "persona razonable" en un determinado escenario. Esa mirada también reside en el corazón de los buenos ciudadanos de razas diferentes, géneros diferentes, religiones o diferente orientación sexual. En vez de ver a las personas como "los otros", "esos diferentes", incluso como meras cosas, la democracia requiere que aprendamos a ver a los otros como seres humanos iguales, con aspiraciones y propósitos propios.

¿Cómo la gente aprende eso? Todos venimos al mundo con una rudimentaria capacidad para "pensar posicionalmente", es decir, pensar desde un punto de vista distinto. Pero esa capacidad obviamente opera de una forma muy estrecha, en el ámbito familiar, y necesita deliberadamente ser cultivada a través de la literatura y las artes, enseñarla a través de diálogos históricos, como los socráticos.

Pese a esto, alrededor del mundo, los estudios humanistas, las artes e incluso la historia están siendo severamente recortadas de los programas educacionales, para hacerle espacio a enseñanzas que sólo buscan generar hacedores de dinero.

Cuando esos cambios hayan sido completados, la economía y los negocios sufrirán, porque negocios saludables necesitan creatividad y pensamiento crítico, como durante mucho tiempo lo han hecho saber los maestros de los negocios. Incluso, si esta aseveración no fuera verdadera, las libertades artísticas son esenciales para el tipo de gobierno que hemos escogido y para el tipo de América que desde hace mucho hemos aspirado a ser.

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En septiembre se lanzará en Chile "Cada niño un lector", un manual con estrategias innovadoras para enseñar a los niños a leer y escribir. Su autor, el norteamericano Stanley Swartz, es Doctor en Educación de la Universidad de California y dirige la Fundación para el Aprendizaje Comprensivo de la Lecto-escritura, en esa universidad. Swartz estuvo en Chile el año pasado, como asesor de un programa de "Aprendizaje Comprensivo" que puso en marcha la Universidad Católica. Gracias a proyectos de este tipo, Swartz es considerado un experto en el tema y ha recogido diversas experiencias en el mundo para enseñar a los niños a leer y escribir. Si bien "Cada niño un lector" está orientado a los profesores, sus consejos prácticos pueden ser ejecutados tanto en el hogar como en las salas de clases.



A continuación les entregamos cinco consejos extraídos del libro "Cada niño un lector":

1.- DESDE PEQUEÑOS LEERLES EN VOZ ALTA: La lectura de cuentos por parte de los adultos es una experiencia significativa para los niños, no sólo por los lazos emocionales que se refuerzan, sino también porque los ayuda a ejercitar la lectura. Los niños aprenden a leer y escribir más fácilmente cuando han tenido contacto temprano con los libros y ya saben cómo manipularlos, incluso antes de llegar a la escuela.

Que les lean en voz alta, facilita el aprendizaje y práctica de la lectura en los niños porque al escuchar a sus padres leyendo se dan cuenta de cómo se estructuran las frases, el juego de las entonaciones, además de ayudarlos a imaginar los diversos escenarios que les leen.

2.- CORRECTA SELECCIÓN DE TEXTOS: Según Stanley Swartz, buscar los libros adecuados para los niños es muy importante. A la hora de elegirlos, recomienda tener en cuenta los siguientes criterios:

- La relación entre el dibujo y el texto, que les permite apoyar visualmente la lectura, de manera que no se aburran.

- La longitud y cantidad de texto: al principio, una extensión más breve les permite a los niños no perder la concentración en lo que escuchan o leen.

- Fijarse en la familiaridad que tienen los niños con el contenido o con el lenguaje: la idea es que el texto les permita reconocer lugares, nombres, situaciones, de manera que se sientan identificados o lo puedan relacionar con algo o alguien a quien conocen.

3.- ESCÚCHELOS CUANDO LEEN Y GUÍE LA LECTURA DE LOS NIÑOS: Frecuentemente haga que su hijo le lea en voz alta y, cuando sea necesario, corríjale las palabras, ayúdele con el énfasis del texto. Si se requiere también ayúdelo con la comprensión de lo que ha leído. Si hay alguien cerca guiándolo, es poco probable que se frustre con una palabra que no entiende o que no pueda leer correctamente. Guiar la lectura de los niños repercute en que cultiven una mayor independencia al momento de la lectura, además de corregir los errores que cometen al leer.

4.- ORGANIZAR EL AMBIENTE DE LECTURA: Es importante crear un ambiente grato para que la lectura no parezca una tarea extenuante. Que preferentemente lea en un lugar distinto a donde realiza las tareas. De esta manera, no asociará la lectura con un ejercicio obligatorio, sino más bien con una actividad de distracción. Esto, más la correcta elección de los libros, repercutirá en que los niños lentamente se sentirán más atraídos por la lectura.

5.- PRESENTE EL LIBRO ANTES DE LEERLO: Comente el título, la imagen de la portada, los nombres de los protagonistas y de qué se trata la historia. Después de esto el niño estará más concentrado leyendo o escuchando lo que le leen, pues los niños tienden a buscar información específica al momento de la lectura.

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Hace dos semanas, el periodista y editor Gazi Jalil publicó el reportaje “Profesor en la línea de fuego”, sobre su experiencia haciendo clases a un liceo donde el 40 por ciento de los alumnos vive de allegado. Fueron tres días de observación y de conversación con jóvenes y profesores, tratando de enseñar cosas muy simples a niños desmotivados, con poco orden, muy desorientados y con vidas brutales. El artículo de Jalil, notablemente escrito, muestra una realidad en la que muchos no reparan cuando proponen soluciones al desastre de la educación chilena: la complejísima realidad social de la que vienen los niños y el esfuerzo enorme que tienen que hacer diariamente los profesores para hacerle frente.

Gazi Jalil escribió para Juegos de Mate esta reflexión sobre lo que significó para él pararse frente a esos jóvenes y cuenta una historia que no incluyó en el artículo.



Para ver “Profesor en la línea de fuego”, cliquee aquí


El Liceo Esteban Kemeny, de Pedro Aguirre Cerda, tiene de primero a cuarto medio y recibe alumnos desde las poblaciones más estigmatizadas de Santiago, como La Victoria, José María Caro, Santa Adriana y Santa Olga. En los últimos dos años, ellos pueden capacitarse en Servicio de alimentación colectiva o Atención de párvulos. Al salir, pueden ganar, con suerte, unos 180 mil pesos mensuales. La mayoría da la PSU sólo porque es gratis y en el Simce exhiben puntajes bajísimos, que la propia directora dice que la enfurecen. El índice de vulnerabilidad entre ellos es del 80 por ciento y un 40 por ciento vive de allegado. Hay también una estadística inexistente de alumnos dañados emocionalmente, golpeados o ignorados por sus padres o con al menos un familiar en la cárcel por homicidio, robo o narcotráfico. Semanas antes de que yo llegara a hacer clases, uno de los niños había protagonizado una pelea con otro alumno durante un recreo. La directora me contó que cuando lograron separarlos, estaban tan heridos que llamaron a sus padres para trasladarlos a un consultorio. Al poco rato, el liceo fue rodeado de autos y camionetas nuevas. Los profesores que vieron la escena quedaron helados. De uno de los vehículos bajó la madre de uno de los niños involucrados. Enfurecida, le dijo al inspector que a su hijo nadie lo llevaría a un consultorio. Que se lo iba a llevar a una clínica. Lo sacó del liceo y los autos desaparecieron en caravana.

-De por aquí cerca son los Cara de Jarro –me dijo la directora, refiriéndose a la banda de traficantes de La Victoria.

Llegué a hacer clases a ese liceo no porque fuera profesor. Llegué porque soy periodista y una vez escuché a hablar a Tomás Recart, director ejecutivo de EducaChile, de los riesgos que debían enfrentar los profesores que ellos preparaban para trabajar en colegios vulnerables.

Me pareció que había escuchado varias veces las mismas historias y le propuse a Recart que me dejara ser profesor por algunos días. Tiempo después me dijo que podía ir al Esteban Kemeny, a un primero medio.

La primera clase fui de oyente para ver cómo trabajaba Camila Bustamante, la profesora de lenguaje a la que iba a reemplazar. Camila tenía varias técnicas para mantener el orden, se esforzaba por ganarse la atención de sus alumnos, hablaba con autoridad, pero se le hacía difícil hacer su clase en un ambiente en que realmente casi nadie quería escucharla. Yo, sentado en uno de los bancos, veía como la mayoría de los niños se levantaban, hablaban, gritaban, contestaban el celular, escuchaban música o hacían cualquier cosa, menos lo que Camila les indicaba. Pensé que cuando fui escolar jamás se me habría ocurrido hablar sin levantar la mano y pararme de mi banco sin permiso del profesor era causal de expulsión de la sala. Aquí eso parecía no importar en lo más mínimo.

Tampoco me hubieran dejado entrar sin llegaba atrasado. Aquí, casi la mitad del curso llegó después de la hora. Me preguntaba si en ese ambiente alguien podría aprender o interesarse por la materia. En el desorden, apenas noté a Orlando, un niño que se sentaba adelante, tomó notas, prestó atención, no se movió, no interrumpió, pero no participó en clases.

Camila me contó que Orlando nunca hablaba, a menos que le pregunten. Que tenía uno de los mejores promedios del curso. Que no tenía amigos. Y que casi no faltaba a clases.

Al día siguiente, en la segunda clase, me dediqué a ayudarlos en un trabajo práctico que debían hacer. Se trataba de una crítica de cine o del comentario de fútbol. La mayoría escogió escribir de fútbol –de hecho, muchos me dijeron que querían ser futbolistas, primero porque les gustaba y segundo porque era la única manera de salir del mundo en que viven-. Orlando no. Orlando escogió escribir sobre Príncipe de Persia, la película que había visto recién. Mientras me paseaba de banco en banco viendo los trabajos, ayudándolos con la ortografía, tratando de mejorarles la redacción, pensaba que muchos de ellos vivían una tragedia. No pude evitar pensar que muchos abandonarían el liceo en la primera oportunidad que tuvieran. La deserción el año pasado había alcanzado el 40 por ciento.

Fue recién el tercer día cuando me di cuenta que la verdadera tragedia era la de Orlando. Pensé que si él estuviera en un colegio mejor, con mayor nivel, con alumnos más interesados, con profesores más motivados, con un ambiente más favorable, Orlando tenía una oportunidad real de llegar a la universidad si quisiera. Pero ahí, el niño no podría salir de donde estaba. O le iba a costar mucho. Pensé que por eso su silencio, que tal vez sabía que no tendría suerte, que seguiría el mismo destino que sus compañeros, que tal vez podría conseguir un buen trabajo saliendo de cuarto medio, ganar el sueldo mínimo y sentirse afortunado. Pero ese tercer día, Orlando no asistió a clases. Le pregunté a su compañero de banco por él y me dijo que no sabía. Que a veces faltaba. Que apenas lo conocía.

Después que publiqué el reportaje, algunos lectores me dijeron que lo peor era que no había esperanzas. Yo no creo eso. Creo que hay muchos alumnos como Orlando que podrían tener oportunidades si son rescatados. A ellos, lo peor que les puede pasar es que el ministerio identifique su colegio con un semáforo en amarillo o rojo. Probablemente ahí Orlando se pierda en las estadísticas de abandono y frustración.

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Sábato escribe sobre la Educación en América Latina




Este texto forma parte de un ensayo más extenso publicado por Ernesto Sábato en el diario Clarín de Buenos Aires, en mayo de 1978. Los temas que plantea el escritor y físico argentino siguen tan vivos como antes. Por ejemplo, lo importante que es que los profesores enseñen a plantearse interrogantes, “a saber que no saben”, y alimenten el asombro de sus alumnos. “Una vez el alumno en esta disposición espiritual, lo demás viene casi por su propio peso, pues de ahí nacen las preguntas”. Citando a Kant afirma que el maestro no debe enseña filosofía, sino a filosofar.



El ser humano aprende en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención. Debe tener libertad para opinar, para equivocarse, para rectificarse,
para ensayar métodos y caminos, para explorar. De otra manera, a lo más, haremos eruditos y en el peor de los casos ratas de biblioteca y loros repetidores de libros santificados. El libro es una magnífica ayuda, cuando no se convierte en un estorbo. Si Galileo se hubiese limitado a repetir los textos aristotélicos (como uno de esos muchachos que ciertos profesores consideran "buenos alumnos"), no habría averiguado que el maestro se equivocaba sobre la caída de los cuerpos. Y esto que digo para los libros también vale para el maestro, que es bueno cuando no es un obstáculo; lo que parece una broma pero es una de las calamidades más frecuentes.

En el sentido etimológico, educar significa desarrollar, llevar hacia fuera lo que aún está en germen, realizar lo que sólo existe en potencia. Esta labor de partero del maestro muy raramente se lleva a cabo, y tal vez es el centro de todos los males de cualquier sistema educativo.

Platón pone al asombro como fuente de la filosofía, es decir del conocimiento. Y debería ser por lo tanto la base de toda educación. Parecería que el asombro no debe ser suscitado, pues surge ante lo desconocido. ¿Y qué más desconocido que el universo, que la realidad, para alguien que comienza? Por paradójico que parezca, no es así, y casi podría afirmarse que es más fácil que se asombre un espíritu desarrollado o superior que uno precario. La persona común va perdiendo esa cualidad primigenia que tiene el niño, porque es embotado por los lugares comunes, hasta que llega a no advertir que un hombre con dos cabezas no es más fantástico que un hombre con una sola. Volver a admirarse de la monocefalia, o sorprenderse de que los hombres no tengan cuatro patas, exige una suerte de reaprendizaje del asombro.

Ya sea que el chico vaya perdiendo esa capacidad, ya sea que pocos seres la tengan en alto grado, lo cierto es que nada de importancia puede enseñarse si previamente no se es capaz de suscitar el asombro. Vivimos rodeados por el misterio; vivimos suspendidos entre aquel doble infinito que aterraba a Pascal, todo es fantástico y hasta inverosímil y sin embargo el hombre de la calle raramente se sorprende, mediocrizado por la enseñanza repetitiva, por el sentido común, y ahora, finalmente, por la televisión. Ya ni los propios niños se admiran de ver a un hombre caminar por la Luna, cuando un físico sabe que es absolutamente descomunal y casi milagroso.

Para qué hablar de otros misterios: ¿Existe esta máquina con que escribo? ¿Por qué soñamos? ¿De qué modo recordamos hechos pasados y dónde estaban guardados? ¿El mundo del día es más real que el de las pesadillas?

Hay que forzar al discípulo a plantearse los interrogantes. Hay que enseñarle a
saber que no sabe, y que en general no sabemos, para prepararlo no sólo para la investigación y la ciencia sino para sabiduría, pues, según Scheler,
el hombre culto es alguien que sabe que no sabe, es aquel de la antigua y noble docta ignorantia, el que intuye que la realidad es infinitamente más vasta y misteriosa que lo que nuestra ciencia domina. Una vez el alumno en esta disposición espiritual, lo demás viene casi por su propio peso, pues de ahí nacen las preguntas y sólo se aprende aquello que vitalmente se necesita. Ahí es donde de nuevo se requiere la labor mayéutica del maestro, que no debe enseñar filosofía, sino, como decía Kant, enseñar a filosofar. Porque el saber y la cultura son a la vez una tradición y una renovación, de tal modo que en algún momento el discípulo puede convertirse en renovador; momento en que el maestro genuinamente grande habrá de revelar su suprema calidad, aceptando ese germen creador que tan a menudo surge en las mentes juveniles, no sólo porque son más frescas sino porque son más audaces.

No sé qué profesores tenía Galileo en el momento en que se le ocurrió subir a la
torre para tirar abajo dos piedras y a la vez la teoría de Aristóteles; si eran malos, se habrían irritado por aquel crimen; si eran maestros de verdad,se habrán alegrado de aquella sagrada rebelión. Porque en el extremo opuesto del demagógico profesor muchachista está el estólido y autoritario profesor que supone un saber petrificado para siempre, inmóvil, para siempre idéntico a sí mismo. Es el profesor que ve en el alumno a un enemigo potencial, no a un hijo que debe amar; el que practica una disciplina siniestramente coercitiva, muchas veces para ocultar su ignorancia y sus debilidades; el que únicamente sirve para fabricar repetidores y memoristas, que castiga en lugar de formar y liberar; el que califica de "buen alumno" al mediocre que acata sus recetas y se porta bien. Tipo de profesor que al fin ha encontrado su tierra de promisión en los países totalitarios, en los que el saber y la cultura son reemplazados por una ideología.

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Un fabuloso almanaque de animales de todos los mundos




“Un salto en caída libre a la imaginación y el juego”. Así define la periodista Mónica Martin la aventura de leer y explorar con los hijos el “Animalario del profesor Revillod”, un almanaque de la fauna mundial editado por el Fondo de Cultura Económica y que los niños disfrutan a concho.



Por Mónica Martin, Periodista. Actualmente trabaja como consultora de la División de Educación del Banco Interamericano del Desarrollo, Washington DC.

Soy una entusiasta cazadora de literatura infantil y este hallazgo fue realmente un deleite. Cuando lo tuve por primera vez en mis manos, no podía creer lo que estaba viendo. Es que de verdad se trata de una pieza deliciosamente ilustrada y genialmente concebida. Para mi hijos (y para mi) fue un salto en caída libre al juego y la imaginación.

Les quiero contar del maravilloso “Animalario Universal del profesor Revillod”, un compendio de criaturas talentosamente ilustradas sobre cartulinas partidas en tres; y que, al estar anilladas, permiten que con solo mover un tercio de cada página, demos inicio a un asombroso desfile de criaturas y a las más descabelladas definiciones.

Si vemos el libro en orden, nos encontramos con 16 magníficas ilustraciones de variadas especies, más o menos ordinarias, asociadas a una breve pero certera descripción. Hasta ahí estamos frente a un texto que solo tiene la gracia de presentar a los diferentes animales con exquisitas ilustraciones que evocan a los antiguos naturalistas. Pero es cuando comenzamos a dar vueltas los fragmentos, cuando realmente empieza la diversión; y el asombro se apodera de la cara de los pequeños “lectores”.

Y el desfile comienza señoras, señores y niños de todas las edades. Son 4096 combinaciones posibles que dan forma a las más descabelladas fieras, asociadas a científicas descripciones que tratan de explicar la procedencia del fabuloso animal con trompa de elefante, lomo de tigre y cola de pez que tenemos al frente. Como el texto de presentación que precede la galería de ilustraciones móviles está redactado en un tono muy solemne y científico -y da cuenta de algunos datos de las investigaciones del misterioso profesor-autor del compendio- los niños se pierden entre lo real y lo falso y se marean un rato. Entonces, dependiendo de la edad de nuestros espectadores, varía el tiempo que tardan de ir desde el asombro a la incredulidad para, finalmente, dar paso a las risotadas y dejarse arrastrar por esta fiesta del absurdo. Por este zoológico ilógico que en realidad fue escrito por Miguel Murugarren e ilustrado por Javier Sáez Castán y no por el rimbombante profesor Revillod.

Video en Youtube que puede ser "ilustrativo"






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